QUIERO QUE SEPAS PEQUEÑA

A REBECA

Quiero que sepas pequeña lo que quizás algún día,
te contaron de otra forma sin saber que no entendías.

Vas a saber lo que quiero,
que soy poeta y me muero por enseñarte en la vida,

y hasta el por que de la luz que a lo lejos da el lucero,
y hasta por que me desvivo cuando andaregueando el monte,
busco calmarme la sed con agua de tinajero.

Sabrás también hija mía, lo bello que es el amor,
el amor sincero y dado, sin que lo abrase el pecado
ni lo atormente el rencor.

Sabrás por que en los caminos se encuentran piedras tan grandes,
que al tropiezo nos dan sangre y nos enseñan mejor.

Sabrás que somos amigos, y que entre tu vida y yo,
sólo existe un breve espacio del tamaño de una flor.

Grande sería mi pecado si me callara en tu voz,
si me cruzara de brazos para verte caminar,
si por caminos tortuosos te dejara despeñar.

Eres cual polen de flores que en el aire se remonta,
y al soplo de alientos vas encausando tu camino,
Sabrás también que el timón que de tu mano voltea,
tiene huellas de tu padre y los versos de un amigo.

Sabrás también hija mía que una lágrima conmueve,
Que una risa al aire estalla y una tristeza nos cala,
y que es bonito y sabroso cobijarnos cuando llueve.

Sabrás de grande que un hijo deja por dentro la huella,
que forma savia en el tallo y que su luz es de estrella.

Que cuando llantos escuchen pensarás que son sus llantos,
Buscarás cosas de estuche y recurrirás al canto;
Será tu vida, claro!! Lo amarás tanto.

Temblarás hija mía, cuando al parecer sobre una ola,
una cabeza pequeña a lo lejos se hunde sola.
Y en el trapecio de un parque se le deslice la mano,
o en la rodilla sangrienta verás que se forma el grano.

Sabrás también hija mía lo lindo de las palabras,
las palabras sin castigo que en la niñez recibiste,
Sabrás lo lindo que es ver al pájaro que en la mano,
en confianza come alpiste.

RECUERDOS DE MI INFANCIA

En el aire se conjuga el color y olor de la mañana, y un jardín nos deleita bajo la sombra de las


nubes.
Allí despierta la casa en el frescor del día, con ajetreos y cantos, y también con mil quietudes.

Era un despertar de alegre campo con la brisa tornando en las ventanas, con el agua corriendo entre las piedras en el torrente suave de quebradas.

Con los pájaros saltando de sus nidos y los peones marchando a sus quehaceres, con la luz de aquel sol desprevenido sobre la espalda y manos de hombres y deberes.


Recuerdo el patio de mi infancia con jazmines, muy cerca del camino donde mi abuelo llegaba con su caballo y enjalme, con sudor de los trajines.

A mi madre caminando en la sombra y corredores, con mi fresca inocencia de las noches y sus terribles momentos sin amores.

Era una casa de aleros, de empedrados, de ladrillos, de oscuridad y de miedos. Con canto y grillos siniestros, con estrellas y luceros.

Era de paz, de angustia, de tormentos; y de silencios que tibios se transformaron en miedos.

Una casa solariega en un cruzar de caminos, donde había huertas y frutos, muchos frutos de lechosas, naranjos y mandarinos.
Un potreo y muchas vacas, caminos de vecindad, caminos de gente alegre que bajan para comprar.
Los domingos era fiesta. Toda la gente bajaba,
y se llenaba el camino y se llenaba el corral, y se llenaba de cestas los corredores y el patio, y los perfumes molestos se esparcían por el lugar.

Todos marchaban a misa, y en la casa, soledad.
Y un silencio con la espera se mitigaba en la brisa, cuando de pronto un murmullo a la hora y en la mesa se aprestaban a almorzar.

Luego partían con aperos, con canastas y sombreros,
serpenteaban el camino que bordeaba la quebrada con sus sobrillas de trapo, con caballos y talegos. Con su adiós de vuelvo pronto, con su adiós de un hasta luego.

Recuerdo siempre las noches cuando los grillos cantaban entretejiendo un quejido que prolongaba el silencio, un silencio que arañaba, que entrecortaba el suspiro y el pensamiento cortaba


A la mañana siguiente el aire se juntaba con el sol y con las sombras, con ajetreos y quietudes, con el agua corriendo entre las piedras, con los pájaros saltando de sus nidos, con los hombres marchando a sus quehaceres bajo la luz de aquel sol desprevenido.